Tuve un pequeño amigo llamado Juan. Él era un muchachito muy guerrero pues a lo largo del tiempo le habían ido creciendo, literalmente, las enemigas.
Juan le había declarado la guerra al abecedario porque muchos de sus miembros solían tenderle trampas y ponerle zancadillas, además de traicionarlo continuamente para intentar llevarlo al fracaso.
Así Juan tramó una estrategia para derrotar a sus principales adversarias: la uve de victoria, la be de bala, la hache de huella dactilar, la i griega de yoyó y la elle de muñeca llorona.
El día clave Juan tendió una emboscada a sus enemigas en un desfiladero ubicado en los montes pirenaicos. Justo cuando comenzaba la primera gran nevada, en la parte más estrecha del desfiladero consiguió hacerles una encerrona para entablar con mucha ventaja su personal batalla. A las enemigas no les dio tiempo a escapar, quedaron atrapadas temerosas y sin salida.
Realizó su ataque sorpresa: a la uve le incrustó una barra en el lado izquierdo y la convirtió en be, a la be le mutiló el mástil y la transformó en uve, a la i griega le cambió el nombre y la llamó ‘ye’. De repente, cuando todo estaba llegando a la calma, escuchó cómo alguien buscaba una salida desesperadamente: la hache corría haciendo ruido, por lo que Juan la atacó haciéndola sonar como jota, de una manera en la que nunca jamás había sonado.
Finalmente, Juan, convertido ya en el héroe de los de su misma condición, ganó la batalla. Hoy en día es conocida como la Primera Guerra de las Letras del ABCdario Español. Además, se ha erigido en el centro de su ciudad una estatua en honor a este semidiós tan venerado por los pequeños. Nunca le faltan las flores y dibujos conmemorativos a sus pies.
En todas las escuelas los niños aprenden que Juan el del Desfiladero logró crear tal confusión que causó la desaparición de las reglas ortográficas de todas las lenguas.
Le hizo un gran favor al mundo que sigue siendo redondo, como la ‘o’ y por ello sus habitantes más estudiosos lo veneran cual si fuera un dios.
Juan le había declarado la guerra al abecedario porque muchos de sus miembros solían tenderle trampas y ponerle zancadillas, además de traicionarlo continuamente para intentar llevarlo al fracaso.
Así Juan tramó una estrategia para derrotar a sus principales adversarias: la uve de victoria, la be de bala, la hache de huella dactilar, la i griega de yoyó y la elle de muñeca llorona.
El día clave Juan tendió una emboscada a sus enemigas en un desfiladero ubicado en los montes pirenaicos. Justo cuando comenzaba la primera gran nevada, en la parte más estrecha del desfiladero consiguió hacerles una encerrona para entablar con mucha ventaja su personal batalla. A las enemigas no les dio tiempo a escapar, quedaron atrapadas temerosas y sin salida.
Realizó su ataque sorpresa: a la uve le incrustó una barra en el lado izquierdo y la convirtió en be, a la be le mutiló el mástil y la transformó en uve, a la i griega le cambió el nombre y la llamó ‘ye’. De repente, cuando todo estaba llegando a la calma, escuchó cómo alguien buscaba una salida desesperadamente: la hache corría haciendo ruido, por lo que Juan la atacó haciéndola sonar como jota, de una manera en la que nunca jamás había sonado.
Finalmente, Juan, convertido ya en el héroe de los de su misma condición, ganó la batalla. Hoy en día es conocida como la Primera Guerra de las Letras del ABCdario Español. Además, se ha erigido en el centro de su ciudad una estatua en honor a este semidiós tan venerado por los pequeños. Nunca le faltan las flores y dibujos conmemorativos a sus pies.
En todas las escuelas los niños aprenden que Juan el del Desfiladero logró crear tal confusión que causó la desaparición de las reglas ortográficas de todas las lenguas.
Le hizo un gran favor al mundo que sigue siendo redondo, como la ‘o’ y por ello sus habitantes más estudiosos lo veneran cual si fuera un dios.
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