miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL RELOJ

En ese momento se dio cuenta de lo estúpido que era su sueño de llevar en su muñeca un clásico, hermoso y preciso Rolex. Le gustaba medir el tiempo, saber en qué minuto se encontraba en cada segundo de su vida.

Navegando, conectada a un diario digital, miraba la hora en el Rolex que, aparte de publicitarse, marcaba con su segundero la hora precisa y exacta en lo alto de la web.

Cayó en la cuenta, gracias a ese Rolex, de que el reloj más precioso que había tenido en toda su existencia había sido su primer reloj. Y no sólo por ser el primero, que dicen que es el que realmente te marca, no. Fue su primer reloj el más importante, el más bonito porque se lo regaló su padre. Porque su padre no se gastó una peseta en él. Porque su padre le dio cuerda a su imaginación y la llenó de alegría con tamaña obra de ingeniería.

Martina, cuando se levantaba, corría a la mesilla de noche mientras su padre se duchaba. Su objetivo era siempre el mismo: ponerse el enorme reloj que tenía su progenitor aunque no encontrara manera de atárselo.

Fue así como su padre decidió regalarle su primer reloj. Sintió un cosquilleo en su diminuta muñeca, la tinta cada vez definía mejor la esfera, y las agujas cada vez se veían más claras. El Bic naranja fue el bisturí que marcó de forma precisa el diseño infantil y la correa semitransparente. ¡Con qué felicidad se fue al colegio! Durante todo el día Martina estuvo tan obnubilada que le pareció que no pasaba el tiempo.

De mayor, los niños hacían cola en la hora del patio con su brazo extendido pidiéndole que les dibujara un reloj de colores. También durante esos intervalos su pulso le indicaba que en esos instantes era realmente feliz.

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